Por: Luz Irene Montoya García
Fotografía: Héctor Marín
Domingo se ha convertido en el día más esperado de la semana, una rutina mágica donde el comercio desde muy temprano, abre puertas y ventanas para dar la bienvenida al propio y al peregrino, con la esperanza de vender hasta lo que esté escondido.
Para
otros, domingo es sinónimo de darse un buen baño, ponerse la mejor pinta, bajar
al pueblo, ir a misa, hacer mercado, sentarse en el parque y aventurarse al
coqueteo, doblando el codo y tomando frías al paso de las chachas lindas; sin dejar
de lado la conquista furtiva, mezclada con la adrenalina de no ser descubierto
por alguna vecina y continuar con la vida sin culpa alguna.
Domingo,
es la danza de ponchos, carrieles y sombreros, portados con orgullo, por
aquellos que van abriéndose paso entre las multitudes, evidenciando la llegada
del invitado más importante, el campesino, quien viene al pueblo a vender al
mejor postor el fruto de sus esfuerzos. También, es la mezcla de aromas,
emanada de los tintos servidos en el inmenso parque, tan ricos, que hasta las
abejas quieren probar, sin importar al que han de picar.
Es
la esperanza del andariego de conseguir algún empleo, del cambalachero, del
domiciliario, del cotero que recibe con agrado la pesada carga ajena bajo el
imponente sol, esfuerzo evidenciado en su cuerpo por las abundantes gotas de
sudor.
Domingo
es eventos en el parque con llegada de gente importante y no quiero pasar por
alto este personaje, el popular “Jairo Perrita”; un adulto mayor que es más
saludable que el agua de malva, lo digo porque nada lo hace más feliz que el estrechar
otra mano con agrado, enfermo o aliviado, él siempre está en la calle,
dispuesto a la sonrisa franca y espontánea, queriendo saberlo todo.
El
domingo en Andes, sabe a caminata con sancocho en el río, a encuentros
deportivos en medio de risas y algarabías. Es contraste de culturas, porque,
como dicen por ahí, este municipio es como una prendería, aquí se queda el negro,
el mestizo y el indígena.
Es
una belleza apreciar el verde imponente de estas montañas cafeteras al paso de
las chivas escalera, las cuales con sus bellos adornos y fuertes colores
engalanan el paisaje del domingo, llevando vida y comida hasta las
veredas.
Al caer
la noche se despide domingo, con la satisfacción del deber cumplido, ya que ha
sido testigo mudo del progreso del pueblo, evidenciado en fotos a través de sus
170 años de historia.
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